ESTRATEGIAS Y PROGRAMAS DE INTERVENCIÓN

El tratamiento de la obesidad es difícil, por lo que los aspectos preventivos son prioritarios. La prevención debe comenzar ya desde el primer año de vida, valorando conjuntamente el crecimiento en altura y peso; esta debe dirigirse hacia la familia fomentando formas adecuadas de alimentación y estimulando la actividad física, pero también al entorno social. Además de esto, es necesario implementar políticas sanitarias de prevención global de esta epidemia, siendo quizás un primer paso la instauración de la actual Ley de Obesidad que fue aprobada en la Argentina en agosto de 2008, que incluye la cobertura de la obesidad en el Programa Médico Obligatorio (PMO, paquete de prestaciones obligatorio para el sistema de la seguridad social) y establece directivas para combatir esta patología. (34, 35, 36) Los objetivos del tratamiento son lograr una pérdida ponderal con un crecimiento normal y crear las condiciones adecuadas a través de las modificaciones de los hábitos nutricionales y estilos de vida que impidan la recuperación ponderal posterior.
Reeducación Nutricional del niño y de su familia: es fundamental e implica diseñar un régimen de comidas variado, apetecible, realizable y adaptado al niño y a su familia, confeccionado por personal cualificado. (37)
• Soporte psicológico: es una herramienta importante para lograr la adaptación del niño y su familia a los cambios en los hábitos alimentarios introducidos a través de la dieta y para estimular positivamente las pérdidas ponderales. La baja autoestima de los niños con obesidad, les afecta en sus relaciones sociales y en el rendimiento escolar. Su apariencia física los deprime y se exponen a maltrato intencionado o discriminación por parte de sus compañeros del colegio o escuela, que los aísla de los grupos sociales. (38)
• Actividad física: Su incremento es fundamental para lograr un mayor consumo energético y contrarrestar de esta forma fisiológica el ahorro energético al que tiende el organismo con la instauración de la pérdida ponderal. Estimular la realización de paseos diarios de una hora suele ser un buen tipo de ejercicio en muchos niños sin hábitos deportivos. La participación en deportes escolares y actividades deportivas durante el fin de semana es aconsejable. No se ha de recomendar la práctica de deportes en aquellos niños que no estén entrenados. El incremento de la actividad física siempre se hará de forma progresiva. Se recomienda realizar más de 60 min de actividad física de moderada intensidad diariamente, de los cuales 30 min se deben realizar como parte de las actividades escolares. Los niños obesos pueden iniciar con períodos más cortos de actividad física y gradualmente ir incrementado el tiempo de los mismos. Se ha demostrado que las pérdidas de peso moderadas -un 5 a 10% por debajo del peso inicial- se asocian a una mejoría de las comorbilidades y a una disminución de la mortalidad. El éxito del tratamiento no debe solo valorarse en función del peso sino también en las mejoras de la comorbilidad, en la calidad de vida y en la integración social. Si bien el plan alimentario es esencial en la prevención y tratamiento de la obesidad en cualquiera de sus etapas; los predictores de mantenimiento incluyen el automonitoreo del peso y el registro alimentario, la práctica regular de actividad física vigorosa y la restricción calórica, junto con el control del equipo terapéutico.
                             
Los pequeños cambios son poderosos, y sobre ellos inciden todas las entidades implicadas en la salud infantil desde hace varios años. La siguiente lista detalla los más relevantes. Se han adaptado a partir de consideraciones de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades.
1.      Servir raciones adecuadas para la edad del niño. Un estudio reciente ha observado que el tamaño de la vajilla influye, como en el adulto, en el volumen de comida ingerido por el menor.
2.      Tener en el hogar una variedad de hortalizas, frutas y cereales integrales (pan integral, pasta integral, arroz integral, etc.).
3.      Escoger leche y productos lácteos bajos en grasa o desnatados.
4.      Limitar el consumo de carnes rojas o de derivados cárnicos.
5.      Promover el consumo de legumbres y frutos secos.
6.      Retirar de la vista del niño las tentaciones ricas en calorías (lo mejor es no tenerlas en el hogar).
7.      Fomentar la actividad física, sin olvidar que los niños imitan a los adultos: si los padres hacen deporte, los hijos también lo harán. Para prevenir la obesidad, el mínimo de tiempo diario que deberían dedicar los niños a realizar actividades de intensidad de moderada a vigorosa asciende a 60 minutos. Una revisión acaba de comprobar que el sedentarismo en la adolescencia es la norma.
8.      La bebida de elección para calmar la sed debe ser el agua. El consumo habitual de zumos está desaconsejado.
9.      Se debe limitar el consumo de azúcar, bollería y, sobre todo, bebidas azucaradas ("refrescos"). Diversos expertos consideran que se debería enviar "mensajes claros" a la población sobre los efectos negativos de dichas bebidas.
10.  Restringir a no más de 2 horas diarias el tiempo que los niños dedican a ver televisión, jugar a videojuegos o a navegar por Internet (los menores de 2 años de edad no deberían ver la televisión). Un estudio aparecido en abril de 2013 en BMJ Open señala que los hijos de padres que ven mucha televisión suelen repetir su (mal) ejemplo.

                                        
La Asociación Americana de Pediatría (AAP), entregó recomendaciones para el diagnóstico, manejo y tratamiento del niño y adolescente obeso. Este comité recomienda utilizar el IMC, el perfil lipídico, la resistencia a la insulina y los antecedentes familiares de ECNT para determinar la necesidad de tratamiento o la vigilancia periódica del peso. La OMS y la AAP han establecido el percentilo 95 de IMC como el punto de corte para el diagnóstico de la obesidad y el percentilo 85 para señalar el riesgo de obesidad y la necesidad de una vigilancia nutricional, por el mayor riesgo de trastornos metabólicos y de obesidad en la adultez.
En niños y adolescentes obesos chilenos con IMC  al percentilo 95 remitidos a un centro especializado para tratamiento de su obesidad, 73% presentó alteraciones en la insulinemia basal o 2 horas postsobrecarga y 55% alteraciones en los niveles de colesterol total o LDL, lo que sugiere que el diagnóstico de obesidad y su tratamiento, debieran realizarse con una ponderosidad menor al percentilo 95 establecido por la OMS, especialmente en aquellos casos que existe el antecedente familiar de ECNT (datos por publicar). Si bien el IMC tiene una buena correlación con grasa corporal, está influido por el sexo, el grado de desarrollo puberal y la raza. De ahí, que se debe interpretar con cautela el IMC para hacer el diagnóstico de obesidad en el caso individual y en niños en edad puberal. En los menores de 18 años no es posible entonces obtener un valor único de IMC para el diagnóstico de sobrepeso y obesidad como en la población adulta, recomendándose por ahora la distribución percentilar por sexo y edad.
En la actualidad existen varios estándares para IMC en niños y adolescentes realizados en diferentes países y éstos tienen diferencias significativas a igual percentil. Los estándares americanos muestran una mayor ponderosidad para los percentilos 50 y 95 que los nacionales, especialmente en los varones (Figuras 1 y 2). El criterio actual para el diagnóstico de la obesidad en el niño y adolescente es más estadístico que biológico, lo que obliga a elaborar un estándar de aplicación universal si queremos utilizar la distribución percentilar o de lo contrario sería necesario identificar para las diferentes edades los valores equivalentes a los IMC de riesgo y obesidad (27,0 y 30,0) del adulto, ya que estos valores están basados en un criterio más biológico que estadístico.
Prevención y tratamiento de la obesidad. La obesidad se produce por un balance calórico positivo mantenido en el tiempo ya sea por una ingesta aumentada, por un gasto calórico disminuido o por una mezcla de ambos factores. Una retención de 100 calorías diarias se traduce en una acumulación de aproximadamente 5 kg de peso en un año, o al contrario, un balance negativo de 100 calorías diarias permite perder esos 5 kg en el mismo plazo. Vemos entonces, que no es necesario consumir "grandes" cantidades de alimentos para transformarse con el tiempo, en un obeso, ni someterse a dietas restrictivas o a esquemas intensivos de actividad física para dejar de serlo. El tratamiento individual de la obesidad suele ser poco exitoso y es probable que la falta de un enfoque integral y de objetivos y metas claras, expliquen este fracaso.
Un cambio en los hábitos de ingesta y de actividad física y no la baja de peso debe ser el objetivo más importante en la prevención y el tratamiento de la obesidad y es la recomendación actual de la Academia Americana de Pediatría. Cambios pequeños pero mantenidos de la dieta base, con especial énfasis en la disminución de los productos hipercalóricos y en un aumento de la actividad física, favoreciendo el caminar y las actividades recreacionales permiten un mayor éxito a mediano y largo plazo, especialmente si estos cambios incluyen al grupo familiar y comienzan en forma temprana.
El tratamiento dietético no debe basarse solamente en la restricción calórica, sino que debe realizarse a través de una dieta "saludable" que prevenga los trastornos metabólicos y optimice el balance energético. En el tratamiento dietético debe considerarse además del aporte calórico, el tipo de alimentos, las combinaciones y horarios. Los alimentos y preparaciones con alto índice glicémico (IG) favorecen el hiperinsulinismo y la formación de tejido adiposo especialmente si se asocian a grasas, en tanto que dietas con bajos índices glicémicos mejoran el perfil lipídico y la hemoglobina glicosilada en pacientes diabéticos. Las harinas blancas, las masas en general y muchos productos elaborados de snack con gran contenido de grasas saturadas tienen altos IG La preparaciones que combinan grasas y azúcares producen un mayor acumulo de peso corporal, pues la jerarquización oxidativa favorece la oxidación del azúcar y el mayor depósito de grasa Por otro lado, el gasto calórico se favorece cuando la ingesta calórica se realiza en momentos del día donde habrá eventualmente actividad física que facilite la oxidación, por lo que lo recomendable es que las comidas más calóricas sean las que preceden a las horas de mayor actividad. Una dieta saludable debe considerar estos aspectos, ya que la combinación, frecuencia y horarios en que deben ser ingeridos los alimentos determinan diferencias en el balance energético y en el manejo metabólico de los nutrientes.
La actividad física, por otra parte, debe favorecer lo recreacional y no someter a los niños y jóvenes contra su voluntad a intensos programas de deportes y gimnasia. Con respecto a los cambios en la actividad física, éstos deben ser realistas y respetar las posibilidades y la rutina diaria del niño y adolescente. Una disminución en el número de horas dedicadas a la TV o al computador, reemplazándolas por juegos recreacionales o la posibilidad de poder trasladarse caminando al colegio, pueden tener un impacto muy importante en el gasto calórico si se mantienen en el tiempo. A nivel colectivo, la implementación de actividades aeróbicas colectivas de corta duración (15 a 20 min) durante los recreos, dirigidos por un profesor de educación física o alumnos de cursos superiores, pueden resultar entretenidas y muy efectivas con respecto al aumento del gasto calórico de reposo, si estas actividades se repiten periódicamente.
El aspecto psicológico debe ser considerado y abordado en el tratamiento individual de la obesidad. Un trastorno psicológico puede condicionar muchas de las conductas que tiene un niño o un adolescente con respecto a la ingesta y actividad física. Una baja autoestima, el mal rendimiento escolar, una baja sociabilidad, son factores que pueden asociarse al aislamiento y a la ansiedad, determinando una menor actividad física y una mayor ingesta.
Un protocolo individual de tratamiento de la obesidad infantil y juvenil debe incluir los aspectos antes señalados y el principal objetivo debe ser el conseguir hábitos de ingesta y estilos de vida saludable y la normalización de los trastornos metabólicos, más que la reducción del peso corporal. Estos programas deben ser multiprofesionales con un equipo que incluya médicos, nutricionistas, enfermeras, psicólogos y educadores físicos. Es necesario integrar además personal técnico con conocimientos culinarios, que enseñen a la familia la preparación de dietas saludables. El equipo de salud debe ser ante todo el que oriente y apoye al niño y a la familia en este difícil proceso de cambio de hábitos y no asumir el rol del que condena, critica o priva de toda posibilidad de soluciones y metas realistas. Por muy complejo que parezca, siempre habrá una solución para cada niño obeso y su familia y, de eso, el equipo de salud debe estar plenamente convencido.


                           

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